La colección ready-to-wear de Carven presentada en un emblemático apartamento de París, donde Madame Carven comenzó a diseñar en 1945, fue una celebración íntima y elegante de la esencia de la maison. Louise Trotter, la directora creativa, llevó a la pasarela una propuesta que equilibró minimalismo y lujo, logrando capturar un aire de confort y sofisticación en cada pieza.
La colección abrió con un vestido en tono champán que se alejaba ligeramente del cuerpo, marcando un nuevo enfoque para Trotter, quien hasta ahora había preferido looks con abrigos estructurados. Las prendas fluían entre siluetas relajadas y detalles inesperados, con piezas que se envolvían suavemente o se desplegaban en volantes sueltos. La diseñadora jugó con contrastes, presentando vestidos abiertos o con tiras oscilantes que aportaban un dinamismo discreto, dejando espacio para una interpretación personal de la moda.
Un punto destacado fue la incorporación de zapatos que evocaban una atmósfera de intimidad. Desde pantuflas hasta mules acolchados, el calzado reflejaba un ambiente de dormitorio sofisticado, ideal para mujeres tanto introvertidas como extrovertidas.
Entre los looks más memorables, se encontraron un trench redondeado que desafiaba las expectativas convencionales de la prenda, y un vestido camisero blanco, combinado con una chaqueta negra sin cuello, que ofrecía una sensación de elegancia sin esfuerzo. Los detalles cuidadosamente pensados, como los collares de perlas que caían sobre la espalda y los encajes discretos que asomaban desde las cinturas, sumaban un aire de feminidad relajada.
Con esta colección, Carven reafirma su lugar en el guardarropa cotidiano, donde la simplicidad se encuentra con la exquisitez, y donde cada pieza invita a ser vivida y apreciada por la mujer que la lleva.
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